
Un reality es un formato televisivo basado en la emoción, la realidad ficcionada, el enfrentamiento entre personajes antagónicos, un estilo de televisión que pone en juego nuestros sentidos más primarios y nuestra parte más irracional. La alta cocina, sin embargo, es sensibilidad, creatividad, un rico universo de sabores y matices, aunque también requiere cierta dosis de irracionalidad, eso sí, controlada.
Masterchef, la nueva apuesta de RTVE que se estrenó este miércoles en prime time, triunfará si consigue trazar un puente entre los dos mundos, un puente que soporte el peso tanto de los amantes de los realities, que son legión, como de los aficionados a la alta cocina y la gastronomía.
Los primeros se llevarán su dosis habitual de sollozos y toda una miríada de sentimientos baratos que apelan a lo más animal del ser humano; pero también podrán aprender algo de cocina y esa será su ganancia. Los segundos posiblemente no aprendan mucho de cocina, pero bueno, siempre es reconfortante que una cadena de ámbito estatal dedique su horario estelar a la gastronomía, aunque sea en forma de reality.
Desde luego no cabe duda de que el programa constituye una apuesta interesante, y tiene muchas posibilidades de triunfar en audiencia dada la creciente afición por los fogones de los españoles, aunque pocos puedan luego poner en práctica sus deseos de triunfar en el arte culinario. El espacio tiene tensión, nervio, hay emociones a flor de piel, y la producción está más que cuidada, por ahí estupendo.
Otra cosa es el publirreportaje del Ejército español que caracterizó a la primera parte del programa, que está muy bien pero ¿era realmente necesario? ¿No tiene el Ministerio de Defensa otros soportes donde destacar el ardor guerrero de nuestros soldados? ¿También hacía falta tener de fondo tanques, armas de asalto y una música que le encantaría al mismísimo Rambo?
Podía parecer que la apelación al mundo castrense era tan solo la forma más sencilla de retar a los aspirantes a cocinar para un amplio número de personas (como si no hubiera hoy multitudes de ser obsequiadas con una buena comida), pero la cosa no se quedó ahí. Y es que el tono empleado por los miembros del jurado, y en mayor medida por Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, rayaba no ya en la disciplina militar, sino casi carcelaria. ¿Hay que hablar así a un concursante? ¿Por qué tanta agresividad en un programa de cocina? ¿No puede un cocinero de prestigio demostrar sus conocimientos con cierta amabilidad?
Por su parte, en respuesta a actitud tan dictatorial, los concursantes responden con una actitud sumisa más propia del perro apaleado que de una persona que ha superado un casting de 15.000 aspirantes para triunfar en la tele y en la cocina. En fin, que no acaba de entender uno semejante clima, salvo que sea por exigencias del guión para ganar audiencia.
Eso sí, los rodaballos tenían una pinta magnífica, al igual que muchos de los platos que cocinaron los aspirantes. ¿Alguien duda de que al final acabarán siendo unos maestros?.