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La cerveza de Hofbräuhaus merece la pena.

Hofbräuhaus (Münich, Alemania) es sinónimo de cerveza desde que en 1592 Wilhelm V, duque de Bavaria, viera convertido en realidad su deseo de contar con su propia fábrica de tan preciado líquido, que hasta entonces se veía obligado a importar de la ciudad de Einbeck, en Baja Sajonia. En aquel año los habitantes de Münich vieron cómo una antigua corte de justicia se convertía en todo un jardín de las delicias para los amantes de la cerveza de la mano del maestro Heimeran Pongraz.

Hoy, más de cuatro siglos después, Hofbräuhaus es posiblemente la cervecería más famosa y emblemática de todo el mundo, si bien su fama es mucho más grande que sus actuales méritos. Convertida en uno de los mayores reclamos turísticos de Münich, Hofbräuhaus sigue sirviendo una buena cerveza, a buen precio y con los patrones alemanes (jarras individuales de uno y de medio litro), pero que tampoco es nada extraordinario.

Esto no quiere decir que Hofbräuhaus no merezca una visita, ya que su ambiente alegre y bullicioso y la cerveza en sí misma sí aconsejan pasar un buen rato entre sus muros. No obstante, puestos a tener una experiencia auténtica con la gastronomía bávara, es mejor optar por lugares de bastante menos renombre y mucho más frecuentados por los muniqueses.

Y es que, si bien la cerveza de Hofbräuhaus está lograda y es fácil de beber (sobre todo la Höfbrau Original y la Münchner Weisser), la comida no está al mismo nivel. Según la experiencia de AG, las salchicas más típicas de la ciudad bávara, las Weissburst (que se sirven acompañadas de una mostaza muy suave y los famosos pretzels); el pollo al estilo bávaro o el clásico codillo con puré de patata llegan a la mesa recalentados en exceso, poco jugosos y con una presentación más que mejorable.

El codillo es bastante mejorable.
El codillo es bastante mejorable.

En definitiva, que tal como nos habían advertido Hofbräuhaus es turismo en estado puro con dos notas muy positivas: la calidad de la cerveza, más que aceptable, y los precios económicos, aunque no pueda decirse lo mismo de la relación calidad-precio.

La cosa es diferente cuando uno elige un restaurante mucho menos conocido pero más apreciado por los muniqueses, siempre hablando del mismo rango de precios (25-40 euros), y dejando por tanto aparte la amplia nómina de estrellados Michelín de la ciudad alemana. Uno de ellos es el Lohengrins.

El Lohengrins.
El Lohengrins.

Bien surtido de distintos de tipos de Spaten y Franciskaner, este establecimiento situado en el un barrio del noreste de Münich es un ejemplo de restaurante sencillo, con encanto y repleto de propuestas que destilan autenticidad. Sus asados, sus combinaciones de carnes con noodles bávaros y sus ensaladas le hacen a uno entrar en contacto con los auténticos sabores de la cocina bávara.

En definitiva, que Hofbräuhaus está muy bien, sí, pero para verla, comprar un souvenir y tomarse un aperitivo (trasegándose una cerveza de litro, eso sí). Pero para conocer los sabores bávaros, mejor el Lohengrins y otros de su especie.

Uno de los platos de carne del Lohengrins
Uno de los platos de carne del Lohengrins

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