Casa Alberto puede presumir, con razón, de tener una de las barras más antiguas y espectaculares de todo Madrid, lo que no es poco en una ciudad con tanto aficionado al tapeo como la Villa y Corte; pero además siempre se ha dicho que el propio Cervantes, que fue vecino del inmueble, eligió este local para escribir varios capítulos de la segunda parte del Quijote y de Los trabajos de Persiles y Segismunda, y para acabar su Viaje al Parnaso”.
Sea o no cierto, el caso es que Casa Alberto atesora una de las historias más ricas de la gastronomía madrileña; no en vano son ya más de 185 años sirviendo de comer y beber a todos los que han tenido la ventura de traspasar su umbral, ya se trata de turistas (cada vez más) o castizos.
Los responsables del restaurante presentaron este lunes, con el apoyo de la Real Academia de Gastronomía, un libro centrado en esos 185 años de historia, un documento muy interesante para todos los amantes de la gastronomía, pero no imprescindible ya que la mejor historia es la que se siente, sobre todo si hablamos de las cosas del comer.
Por ello, si alguien quiere conocer de verdad la historia de este local emblemático, no tiene más que acodarse en la centenaria barra de ónix y dejarse aconsejar por los camareros, que están entre los más entendidos de Madrid.
Al margen de las innovaciones, que haberlas haylas, existe una prueba de fuego muy simple, y accesible para cualquier mortal, para saber si una barra está a la altura: sólo hay que pedir una caña y observar.
Si, como ocurre en este local, la textura, la temperatura y el sabor son adecuados, si la espuma es fina y deja poso en cada trago, si llama enseguida a otra compañera… y por supuesto si va acompañada de una tapa de calidad (las aceitunas y la tortilla de Casa Alberto son para enmarcar), entonces ya podemos pasar al salón.
En cuanto al restaurante, este local que abrió sus puertas en 1827 ha sido siempre un campeón de la cocina tradicional, que ejecuta con maestría. Hablamos de callos, cocido, chuletas, bacalao, judías, patatas con costillas, manitas de cordero… en fin, gloria pura que constituye la esencia del lugar y que explica por qué su vecino Cervantes eligió este lugar, y no otro, para inspirarse.