No es ningún secreto que no hay mejor lugar para escuchar (y ver) una ópera que un buen teatro, y si hablamos de uno específicamente diseñado para tal fin, como el Teatro Real de Madrid, pues mejor que mejor. Sin embargo, siempre existen aspectos ciertamente mejorables, sobre todo si uno no tiene la posibilidad de disfrutar de la función desde el patio de butacas, sino que tiene que alzar el cuello desde el llamado Paraíso (lo que en el fútbol se llama gallinero), o incluso desde las filas traseras de la Platea o los palcos. Entonces la cosa cambia y se empiezan a apreciar ciertos inconvenientes: que si la acústica ya no es tan buena, que si el espacio es estrecho, que si la visibilidad es de todo menos perfecta… Si encima uno tiene hambre, algo que suele ocurrir por lo general dada la hora y la duración de las funciones del Real, y no es precisamente un purista, pues entonces cabe contemplar otras opciones interesantes como la que nos ofrece el Café de la Ópera con sus cenas cantadas, donde el protagonismo se reparte por igual entre un interesante menú y la interpretación, por parte de cantantes líricos más que solventes, de las arias y los fragmentos más populares de las óperas más conocidas.
El hecho de poder escuchar a un tenor, un barítono o una soprano profesionales mientras cantan a un par de metros escasos de distancia es, desde luego, un importante aliciente al alcance de muy pocos de los que asisten a las funciones en los teatros de ópera, pero hacerlo encima mientras se degusta, por ejemplo, un buen solomillo de buey con salsa de oporto, pues ya supone una experiencia diferente. Y, de seguir en esta línea, entraríamos aquí en una discusión que, si bien está ya madura entre los aficionados al cine al debatir sobre si palomitas sí o palomitas no, está por desarrollarse entre los amantes del bel canto; esto es: la ópera ¿mejor sola o con solomillo?
20 AÑOS DE CENAS CANTADAS
Desde luego los clientes del Café de la Ópera lo tienen claro. El establecimiento, que acaba de iniciar las cenas cantadas centradas en La Traviata, lleva casi 20 años apostando por este formato y, a decir por la asistencia al local, la propuesta parece que gusta, y con razón. La cena está bien, muy variada y bien cocinada, sobre todo, en nuestra experiencia, los entrantes y los postres; y la representación está diseñada para ofrecer una versión reducida de las grandes obras de la historia de la ópera, de forma que uno sale habiendo cenado como un rey y, encima, habiendo disfrutado con los cantantes, cuyas intervenciones se encuadran perfectamente en el ritmo de la cena, al igual que la cambiante iluminación del local. Además, los mismos intérpretes, dirigidos por Manuel Ganchegui, se ocupan de ir narrando, entre aria y aria, el argumento de la ópera, algo imprescindible para aquellos menos conocedores de este maravilloso género.
Los intérpretes, además, son profesionales muy solventes y realizan una labor de gran mérito (gran calidad la de la soprano Graciela Armendáriz, por ejemplo), pues no es igual cantar ante un auditorio en silencio, centrado en todos tus movimientos, que ante un amplio grupo de comensales que, además de la ópera, tienen otras cosas que atender, como dar buena cuenta de la ensalada templada con queso de cabra frutos secos y vinagreta de fruta de la pasión, o de la merluza a la sidra con ragú de manzana, dos de los platos del menú de La Traviata que arranca con una copita de salmorejo y se completa con el citado solomillo de buey. Lo mejor, eso sí, queda para el final: una tarta tatín con helado de violeta (la flor no es casualidad tratándose de la famosa obra de Verdi) que está ciertamente muy lograda.
Todo ello, incluyendo los vinos (Montepardo 100% Verdejo de Rueda y Viña Salceda Crianza), el cava y el café sale por 55 euros IVA incluido, lo que convierte al Café de la Ópera en una opción muy interesante para una velada especial que, tratándose de La Traviata, sólo puede acabar de una manera: entonando con los cantantes el famoso y genial Brindisi del genial autor italiano.