De izqda. a dcha.: Cristina, Julián y Rubén (fila de arriba). María y Bea (abajo)

Olfato, tacto, gusto y buen humor. Batiendo estos cuatro sentidos se obtiene la salsa de los cursos monográficos de cocina que imparte la ONCE a personas ciegas o con alta discapacidad visual, para que se adiestren en la confección de  platos sencillos y tradicionales.

«El objetivo es que aprendan a cocinar platos que luego puedan elaborar en casa y que se familiaricen y pierdan el miedo a los fogones y al horno», señala el profesor, Julián Huertas, quien lleva 8 años impartiendo estos cursos. Más de cien alumnos han pasado por sus clases, que se celebran en la delegación de la ONCE en Madrid, donde les enseña a cocinar platos elaborados con ingredientes de fácil adquisición en el mercado.

Este sábado concluyó el ciclo de cinco días de clase, a dos horas cada jornada, con María, Rubén, Bea y Cristina. Todos ellos de entre 20 y 35 años y afiliados a la ONCE. Cocinaron una tarta de cebolla y bacon, de primer plato; unos escalopines de ternera al coñac, de segundo; y una crema de queso con peras, de postre. Todos los alumnos participan en la elaboración de los platos y al acabar la clase se los comen en el propio aula o se los llevan en tuppers para consumirlos en casa.

Nadadora de espalda

María tiene 20 años y padece una deficiencia visual –especialmente acusada en el ojo izquierdo– que le provocó la sonda del oxígeno que le pusieron en la incubadora tras nacer con sólo 27 semanas. En dos horas de clase repite incansablemente que se toma la vida y sus problemas con sentido del humor, y que lo más importante para ella es luchar porque, con tiempo y esfuerzo, puede conseguir lo que se proponga.

Ha sido varias veces campeona de España de natación en la modalidad de 50 metros espalda y en la categoría S-12, la que le corresponde por su grado de discapacidad. No ha logrado marca para los Juegos Paralímpicos de este año, pero luchará por estar en los siguientes. Busca trabajo de auxiliar administrativa, y es monitora de campamentos de la ONCE.

Haciendo gala de su humor, afirma que el periodista de Actualidad Gastronómica ha asistido al curso únicamente para comer de gorra, y se queja de que, cuando cocina en casa los platos que ha aprendido en clase, su madre intenta de forma insistente corregirla.

Otro de los asistentes, Rubén, de 35 años, padece aniridia –carencia de iris–. Trabaja de teleoperador en un centro especial de empleo. Considera interesante y útil para un futuro aprender a cocinar platos sencillos aunque de momento en casa siempre le han hecho la comida. «Es curioso para aprender a manejarme. La cocina ya no me da tanto respeto», explica.

Huertas aclara que el curso no es para poner aceite a calentar, aprender a freir un huevo o familiarizarse con el horno, los fogones, el microondas y el resto de electrodomésticos de la cocina. Esas técnicas las pueden aprender también en la ONCE con expertos en rehabilitación visual. Sus clases son para personas que ya han superado esa etapa inicial y quieren aprender cocina sencilla conociendo platos tradicionales y fáciles de realizar que luego pueden repetir en casa para comer sano y variado.

Auxiliar administrativa

Otra de las alumnas, Cristina, de 30 años, es auxiliar adminitrativa y trabaja en la Junta de Villaverde del Ayuntamiento de Madrid. Ganó la oposición por el cupo de discapacidad. Cuenta en su puesto de trabajo con una telepantalla adaptada a su problema, que es una pérdida creciente de vista que le ha llevado a mantener sólo un 10 por ciento de agudeza visual.

Está casada y lo que aprende en el curso le sirve para aplicarlo en casa. «Ví el curso y me pareció interesante apuntarme para perderle el miedo a la cocina. Aprendo platos nuevos que luego puedo hacer en casa. Los que me gustan, claro», precisa Cristina.

Bea, de 28 años, se ejercita en talleres de trabajos manuales. También vio gravemente afectada su retina, como María, cuando estuvo de bebé en la incubadora. Se ayuda de un bastón para caminar, aunque con lupa lee tinta, como denominan entre ellos al lenguaje común para los no invidentes, para diferenciarlo del braille. Bea fue la estrella de la clase del sábado porque había sido entrevistada para TVE en un reportaje sobre los cursos.

Los alumnos se quejan de que los mercados y grandes superfícies no tienen, en general, indicaciones en braille, como tampoco el etiquetado de los productos. En su casa, María, que lee tinta y braille, traduce al lenguaje de los ciegos las etiquetas y lo pega en un papel en los envases. No parece muy complicado que mercados y marcas imitasen la solución de María.

 

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